sábado, agosto 04, 2012

Nadie


Sale el sol, me pregunto si nadie lo mira, si justo hoy todos se han ido a dormir tarde, como aquella mañana.

Nadie escucha, o al menos eso parece, no hay ecos de nadie sigilosamente oculto, no hay respiraciones cercanas, y a nadie intereso hoy.

Nadie ve, es muy temprano, todos duermen al abrigo de las sábanas de invierno, estar al abrigo del sol sería de locos, o de gente que vive al revés.

Un pájaro se acerca, le pregunto si sabe quien es nadie, me mira, parece comprender mi pregunta, estoy loca. El pájaro se va.

Nadie tiene la culpa, me dijeron, si, nadie, nadie, nadie. Me lo repetí mil veces. Sin embargo, este dolor en el pecho no me lo quita ese nadie que no tiene la culpa.

No me lo quita esa cantidad indefinida de nadies que jamás tuvieron la culpa de nada, está claro.

Ahora, hoy, la cuestión es que no puedo confiar, porque si, otra vez, nadie, ha demostrado valer una noche en vela, una tarde llorando por no comprender.

El mismo que no tiene la culpa de nada, ese mismo.

Anoche soñé con él, si, lo se, ya se que estás pensando, aunque no estés ni me escuches, él no me convenía.

Está claro, nadie conviene a-priori, no tiene sentido embolsar sueños y colocarlos encima del primero que te sonríe con un poco mas de gracia que el resto. Debo guardar esa bolsa, para mí. Nadie...

Se escucha gente caminar, la plaza va cobrando vida, aunque hace un poco de frío, y el frío del invierno no es tan fácil de embolsar.

Si, quiero correr en la plaza, llorar por algodón azucarado y tropezarme y que papá me abrace, una y mil veces, ser grande no es tan divertido.

Vuelve el mismo pájaro de antes, o uno muy parecido, ya no puedo distinguir, quién podría...si, ya sé, el mismo que no tiene la culpa...

Me saluda y me sorprende, no puede ser él tan temprano en un día tan frío y justo en esta plaza, pero acá está y le sonrío, y me gusta mentirle levemente sobre mi estado actual, sobre las dos últimas noches llorando, las cuatro cajas de bombones, las horas de teléfono y de terapia que confluyeron en un vacío que no puedo explicar.

Se sienta al lado, la sonrisa no me cuesta, el sol calienta un poco más, estoy por sacar la bolsa que venía reservando, se que quizá no sea merecedor de tanto ni de tan poco, de a ratos me toca el hombro mientras me sonríe y me comenta pequeñas anécdotas: no le presto atención.

Le sonrío, de pronto es invierno y me tiene sin cuidado, de pronto se que la culpa es mía, que "nadie" tiene varios rostros, y que no me importa abrir la bolsa, otra vez.