Se sintió caer por el ascensor como una gota de lluvia: cada hueso se le desprendía del cuerpo, piso tras piso, hasta que la puerta lo dejó escapar al llegar a la planta baja, reconstruido.
Saluda y cada palabra cae como un pedazo de masilla contra el suelo, las vocales se le arrastran en la boca hasta salir, una tras otra. La sonrisa cortés del vecino le indica que ha dicho lo apropiado, que cada palabra tuvo el sentido que tiene aquello que no se piensa, aprendido ancestralmente, una pertenencia esencial, como el color de los ojos o la sensación de regocijo de hallar calor luego de sufrir un frío intenso.
Los pies se le hunden en el asfalto, un viento tibio le pega en la cara, mira al cielo y distingue la perpetua nube irónica que le recuerda que el está ahí debajo, al igual que todos, al igual que siempre. Vuelve al pié que intenta dar un paso, y otro; se deja llevar un instante por un temor retroactivo, conservado para el día de hoy, para saberse despierto, a resguardo de una conformidad nociva e inmovilizante: teme como niño.
Se mira las manos y se piensa más viejo, más joven, lejano a esta tarde de calle a medio cruzar para llegar a ningún lado, para excusarse de sí mismo y sentir que puede existir incluso fuera del refugio habitual.
Alguien pasa a su lado y lo mira, flaco te van a pisar.
Automóviles evaden al hombre inmóvil en medio de la calle.
Camina algunos pasos más y llega a la otra vereda, las piernas son de plomo y los brazos de largos llegan al suelo, las manos arrastran largos dedos que se lastiman y traen consigo restos de la basura de la vereda, niños juegan a saltar entre ellos sin pisarlos. Los pies se derriten despacio y las rodillas cada vez están mas cerca del suelo, acompañando
Decide regresar y dormir, que la calle es ardua y el cielo demasiado áspero esta tarde, los dedos alargados se retraen alineándose con los nudillos lastimados, los pies resurgen del suelo y él vuelve sobre sus pasos en dirección a la puerta de entrada. En el ascensor las piernas se estiran a medida que los pisos se desvanecen en danza vertical, el tórax y los brazos enredan una cuerda que gradualmente se acorta y finalmente la puerta lo expulsa al pasillo: nace al piso donde la llave abre la puerta habitual, y pidiéndose permiso camina lento. Entra algo de luz por un pequeño ventanal, se inclina a la derecha mientras avanza y los dedos de una mano acarician la pared evitando la claridad que se dibuja en la irregularidad del revoque, se detiene de a instantes y apoya un hombro, ladeando la cabeza ésta se hunde en
Un grito irrumpe en el pasillo y él sigue camino a la puerta oculta tras las sombras, un perro se le acerca y lo mira, él lo saluda y le dice que la bolsa cayó, que no compre, que mañana lloverán gatos. Abre finalmente la puerta y arrastra los pies, respira profundamente y proyectándose hacia un sillón raído decide dormir, hasta mañana, o hasta ayer, pero lejos de esta tarde.
2 comentarios:
cuantas veces tuve esas sensaciones y que pocas veces las vi tan bien escritas. como dijiste vos de mi cuento: me gusto mucho! (gracias)
dolores.
Gracias ;)
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