miércoles, febrero 11, 2009

Todos buscamos

El hombre la mira, ella también, el habla despacio, con el aire de quien conoce hace años a quién tiene delante, con la tranquilidad de saberse en una compañía garantizada por el paso del tiempo y las desgracias que de tanto en tanto unen a las personas.
Las dos jovencitas de la otra mesa charlan , con cierta complicidad en las miradas, no la de los años, sino la de intereses comunes, esa inmediatez que de pronto hace amigos entrañables, aunque luego los intereses personales y las bifurcaciones de nuestros destinos prefabricados nos alejen de quien hasta hace poco fue un confidente tiempo completo. Y charlan sin mirarse demasiado, con la vista en algún lugar del techo o algún recoveco de la memoria cuando se intenta rescatar una imagen, una persona, una lágrima o la sonrisa desesperada que tanto nos divirtió. Y gesticulan enmarcando los vasos ya vacíos en una mesa huérfana de atención, tratando de explicar algo, no se qué, no se escucha del todo claro, pero es evidente que tratan de explicarse algo.
Miro un teclado, mis dedos, y pienso en lo que pienso siempre cuando escribo sobre estas cosas, que al fin de cuentas todo es una búsqueda, una búsqueda que esconde decisiones y algo de historia, dudas y algo de futuro incierto, algo de sabor a canela y un aroma a abrazo reciente, a cálido resplandor de una mañana en compañía, a sudor luego de pasiones exaltadas y exageradas por el hambre, por la intensa necesidad de encontrarnos, de ser alguien a cada paso, alguien que buscándose se encuentra.
Mi mesa también está huérfana de atención, pero no me importa, dudo que a alguien realmente le importe cuando se sienta en un bar y espera, pues el café no es más que una excusa para esa búsqueda cotidiana, que tiene forma de bar, de estación de tren, de llamada de larga distancia, de espera interminable en una sala de partos, de agonía incesante ante un adiós irreversible.
Las dos personas que antes se miraban y charlaban un diálogo de hace años ahora no están, las jovencitas que trataban de explicarse no-se-qué parece que pudieron hacerlo, o no, ya que una de las dos está llorando, la otra intenta un consuelo de abrazo tímido, unas palabras escuetas y una caminata lenta hacia la puerta.
Entran más personas, se van otras con sus historias a cuestas, algunos las llevan en forma de paquetes, libros o una espalda curvada de tanto peso, otros simplemente tienen una sonrisa tatuada, inmutable, pero todos llevan algo, de algún modo reconocible.
Se hace tarde.
Mi taza está vacía, el sol esta cayendo, sigo en este bar, en mi búsqueda que tiene forma de imprenta, de sueño o de recuerdo, que son prácticamente indistinguibles entre sí, y parto.