lunes, diciembre 24, 2007

fucking christmas

Din, don, dan, suenan las campanas, Santa Claus o la versión que corresponda al país en cuestión nos visitará con el afán obsesivo de hacer regalos y de meterse por una chimenea que pocos poseen. Para quienes no tienen hogar la situación obliga a ser más creativos a los encargados de mantener la tradición.
Padres han dicho en su mejor intento por evitar fantasías destruídas que “Papá Noel este año no pudo visitarnos, porque tenía mucho trabajo”, eso nunca conformó a los niños que estaban ávidos de una noche diferente, donde algo más poderoso que sus padres viniera y -aunque invisible- les trajera algo de aquel mundo que ellos veían tan lejano, aquella muñeca, ese camión con soldados, o esa consola de videojuegos de última generación.
Y en el mejor de los casos lo que estos niños obtienen es un regalo algo diferente al que pidieron y un “tal vez Papá Noel no entendió bien tu letra”, y las versiones posibles que justifiquen una imposibilidad real confrontándola con la posibilidad mágica, que está más bien lejos: “Tal vez el año que viene te traiga el regalo que pidas”, tal vez, tal vez, tal vez.
Cierta vez nació Jesús, y se fundó una iglesia alrededor de sus obras y hechos. La inercia comercial alrededor de esos hechos, cual capas de cebolla han envuelto tanto a la concepción primigenia, que uno ya ni sabe que festeja o por quién brinda, que la familia, los deseos de prosperidad ...mientras un villancico perdido en alguna emisora radial minutos antes de la medianoche sentencia a modo de juez anónimo, que todos estamos equivocados, que la navidad es otra cosa.
Es navidad en cientos de países, donde llegó el pié del vaticano bendiciendo a los pueblos originarios a fuerza de sangre y una fe impuesta, pues este es tu Dios y debes rendirle tributo.
Cierto es que tratar de explicar algunas cosas se vuelve complejo cuando la vorágine de lo que uno trata de explicar nos involucra de modo tal que no podemos escapar, cuanto menos se dificulta la toma de distancia para tratar de comprender ciertos fenómenos. La navidad trae consigo un colorido concierto de eventos e ideas que chocan con lo cotidiano de los que como yo, tratamos de evitarla, al menos de evitar su sentido mas hipócrita.
Desde pequeños nos acostrumbran a festejar, a fes-te-jar, cuando en los momentos donde se nos graba la tradición, difícilmente comprendamos la idea de festejo, mucho menos cuando lo que se festeja es algo que no entendemos del todo.
Caemos víctimas de esa rueda que nos lleva consigo a su paso, que impide que pensemos del todo si realmente es lo que queremos hacer, si compartimos algo de todo esa tradición que se nos ha impuesto como pueblo, como individuos que pueden pensar y separar la paja del trigo.
Vamos creciendo y las fiestas se suceden con parientes que queremos, parientes que no queremos, desconocidos y toda combinación posible de personas y circunstancias.
Nuestros padres festejan porque así lo aprendieron, y así nos lo enseñan.
Luego los festejos de la niñez quedan atrás, en los años donde quisiéramos volver u olvidar, depende del caso y el paciente.
Luego los parientes se van yendo en viajes sin retorno, por avión o alguna enfermedad que los aqueja, o simplemente de viejos, que a todos nos toca.
Las familias se bifurcan como caminos, la gente se enemista, las ganas decaen o se renuevan.
Y las publicidades llaman al festejo de la familia feliz, a la estereotípica reunión familiar donde reina la armonía, esa armonía que no es de este mundo, al menos no pertenece a la mayoría que lo compone.
Y a cada paso en la ciudad nos invaden los símbolos navideños, las modelos en tapas de revistas con gorros rojos y blancos, árboles de tradiciones prestadas con nieve falsa, y las promociones navideñas.
Todo va bien hasta que alguien nos pregunta “¿Vos con quién pasás Navidad?”.
Ahí todos los años de festejos, todos los rostros faltantes, las tristezas pasadas y presentes confluyen el un típico “ Todavía no se”, en el mejor de los casos, o cuando el que pregunta no estaría dispuesto a escuchar o entender el trasfondo de las mil circunstancias que hacen que no querramos pasar navidad con nadie, y en última instancia no festejar.
Y todos asumen un festejo, como quien aprende una tradición sin cuestionarla. Como soldados de una guerra prestada vamos en fila, hacia un lugar harto visitado, donde llegada la hora nos preguntaremos mil veces que hacemos allí, obviamente la respuesta no estará al alcance de la mano.
Copas llenas y un anhelo poco explicable, de querer no ser, no estar ni necesitar nada, sin voz ni ecos de saludos obligados.
Feliz serás pues así debe ser, y feliz habrás de honrar aquello aunque no estés de acuerdo ni comprendas el porque de su existencia, en última instancia reinventarás los motivos y de todos modos levantarás la copa en nombre de alguien.
Sino tienes ni copa ni alimento no importa, será que no cuentas en esta historia, pero no te preocupes, que bienaventurados son los pobres, pues de ellos es el reino de los cielos.

lunes, diciembre 17, 2007

Equivocarse

(un desvarío autóctono)

La gran trampa, aunque preferible al extremo de estar siempre en duda. Un punto medio quizá sea preferible.
Pero en la existencia diaria no siempre pensamos en cuan errados o cuan cerca de aquello que consideramos correcto estamos.
Elegir el parámetro de corrección para luego comparar y juzgar, decir “me equivoqué”, “le pifié”. Muchas veces los parámetros nos los dan regalados, masticados, implícitos en los sistemas de conceptos y objetos en los que habitamos, transitamos o transitoriamente elegimos.
Cruzar un semáforo en rojo, omitir una fecha de cumpleaños de ese familiar tan querido, decir algo sin pensar demasiado en el peso de los adjetivos, equivocarse.
Todo parte de una elección, un camino que comenzó allí, cuando se eligió un rumbo y un método, con cambios tal vez, pero un camino conflictivo pues nos pone en un lugar donde la acción o la omisión están catalogadas, poseen una etiqueta, una calificación: pocas veces la indiferencia.
Porque. Nos olvidamos, automatizamos el andar, las consignas quedan en el pasado y de un momento a otro nos avisan que se está incendiando la casa, que está por llegar la ambulancia, que la tarjeta es roja, que llegamos tarde: que nos equivocamos.
Como pasó esto, preguntamos, como si quien llega a una situación incómoda hubiera sido nuestro cuerpo manipulado por un titiritero, pero nosotros, jamás. Como se nos va a ocurrir algo así. Por Dios.
Sin embargo ahí yacemos, mirando arder la casa, interesándonos en el incendio, quizá regocijándonos en el dolor presente, queriendo que las cosas hubieran sido diferentes, tirando tierra sobre eso que nos llevó a lo indeseable, ocultándonos el método fallido, quitándonos las culpas.
La cárcel se hace visible.
Nos encontramos con consecuencias de decisiones lejanas, cuando creímos que siempre pensaríamos igual: error.
El asombro a la orden del día, bajamos la guardia, avanzamos en algún sentido, olvidamos revisar las ruedas y paf, revienta una, el automóvil pierde el rumbo, y nos preguntamos por qué no antes, por qué ahora, por qué.
Sentimos los barrotes.
Nos comentan algo, aparenta ser una palabra mas, pero no, abre la llaga, como una mecha silenciosa: la bomba estallará, y no podremos más evitar pensar que algo estamos haciendo mal, que no estábamos tan en lo cierto como creíamos.
La cárcel es ahora interior.
Vamos encerrados por el “deber ser”, normas, leyes, parámetros personales de excelencia, viejos mensajes mal interpretados......
En el otro extremo está el camino propio, las elecciones de vida, las distintas formas del olvido, las maneras de limpiar una herida, el modo correcto de ser mejor según lo que entendemos de nosotros mismos, y la decisión de obrar en consecuencia: vivir cada día.
“Deber ser”, “Debo ser”: seguir al modelo fantasma, esa proyección informe de nosotros mismos, esa meta constante.
Revisar, comenzar otra vez, aceptar que no siempre una ruta es la misma, que una motivación inicial puede no permanecer para siempre, que el cambio es más habitual de lo que creemos.
Romper el corsé de las normas, las propias y las preexistentes, replantear al error como elección, quizá sea un camino para entender que el deber está en alguna otra parte.

viernes, noviembre 23, 2007

sobre el recorrer y el recorrido

Recorrer podría presuponer una promesa, la de la meta o la del simple camino como experiencia, pero promesa al fin.
Frasear un camino donde las bifurcaciones son constantes y las metas muchas veces cambian, haciendo que el recorrido inicial sea un poco mas fructífero en función de quizá nuevos objetivos: inundarnos de palabras nuevas, asimilarlas y devolverlas al medio transformadas.
Pararse a mirar, momento único si existe algo único en esta experiencia humana, el regalo de una perspectiva en un mirar hacia atrás o alrededor en un radio cercano: el contraste de un afuera, de eso que no es el recorrido, por ende nosotros no estamos ahí, aunque ese afuera pudo haber sido el ahora de una eventual bifurcación de recorrido que hemos dejado de lado.
Respirar profundo, cambiar el aire, resistir los embates de los enemigos de nuestra afrenta con el devenir sin rostro, pero que en la elección cobra forma, y es la forma presente que otorga sentido a la búsqueda, al recorrido como meta o al camino hacia el objetivo.
Y si trazar una línea de puntos fuera una tarea requerida, veríamos el camino como si de un mapa se tratara, con algo de control en algunos tramos, sin control en la mayoría, pues asumir decisión en cada bifurcación sería algo demasiado pretencioso. Podríamos ver como nuestras rutas en el mapa se cruzan con otras, y cuantos puntos en común hay con las bifurcaciones de otros caminos, de aquellos que en su recorrido se encontraron con el nuestro.
Y con nuestro mapa al hombro seguimos camino, planeado o no, conscientes o no.
Decidimos seguir, sin guía de viaje, trazando caminos nuevos, cada tanto mirando hacia atrás y fraseando los caminos con el verbo que conjugamos cada día, reconvirtiendo la palabra nueva en palabra futura, liberando ideas y dando paso a que el sueño sea solo un lugar para restaurar energías y no la celda donde escondernos de aquello que sin comprender tememos.
En esa cartografía deconstruída tal vez andemos, buscando un lugar para seguir recorriendo, pero despiertos.

sábado, octubre 27, 2007

Jugando a ser Gregorio

Siente el cuerpo mas ancho, camina, olfatea y predice lo que nunca, aunque no es predicción.
Siente la piel ligeramente gruesa, y todo alrededor parece gigante aunque familiar.
Los olores familiares están por doquier pero duran mucho mas que antes mientras transita los espacios, no hay nadie en la casa.
Se mira las manos y ve que son patas y no manos, que tienen una forma que el alguna vez supo reconocer, ya casi ha olvidado qué ha sido ayer o días anteriores. Siente un olor que lo atrae particularmente, una sensación inevitable le genera ir hacia la fuente, no sabe para qué, solo va, se encuentra con una forma conocida, hasta hay algo de su propio aroma, un viejo aroma, aunque no reconoce del todo las formas de la memoria, no le da importancia.
Sube a la pequeña plataforma de madera, empieza a comer de eso que ha encontrado, parte con un aroma irresistible, parte con un aroma no tan atrayente pero familiar, y el mecanismo se acciona un instante después de notar que algo extraño sucedía, es mas rápido en sus movimientos, eso lo sabe sin pensar demasiado, se desplaza sobre sus patas a la izquierda del alimento, pero una gran barra de metal impacta sobre eso que ahora reconoce como su cola, mueve las patas aunque es inútil por al menos estos instantes, siente el dolor pero sabe que algo nuevo sucede, diferente. Siente que puede mover la nariz de un modo diferente, que puede olfatear su sangre como si de una humareda agobiante se tratara, que el espacio que puede olfatear es mayor que el que puede ver, por eso mismo sabe que no hay nadie, no se asusta, pero intenta salir nuevamente.
La barra metálica aprieta con fuerza y él sabe que no tiene muchas opciones, hace un esfuerzo por correr, se despega de la plataforma de madera con un trozo menos de cola, alguien había puesto una trampa para roedores, alguien con su mismo olor.
A medida que los días transcurrieron Alberto había olvidado su forma, el suceso de la barra de la trampa y su cola rota habían de algún modo desaparecido de su memoria, y lo único que le importaba era buscar alimento y colocarse detrás de las congéneres que habitaban cerca.
Un mundo nuevo para quién de algún modo, al dormir , despertó con otra forma y con otros aromas delante, en un mismo antiguo mundo, con nuevos ojos.

viernes, octubre 05, 2007

Te recuerdo y somos mil

Jugar a ser una gota que cae, caer en la oportunidad de conocer de lleno el vacío.

Luego despertar.

¿Es simple, es azar, o simplemente no viene a cuento andar pensando?

Correr como ballenas cansadas, habitar una mesa, rodearte con brazos de te, de canela o laminas de sal.

Y no eres mas quien eras, y no juegas a decir que estas viva, caminas y preguntas, caminas y aseveras que la fuente no se ha roto de tanto ir el cántaro hacia ella.

Abierta de par en par eres de todos y de nadie en un mismo beso, y las piedras caen como burbujas, no las esquivas, tus láminas de sal te abrazan, y de pronto eres un árbol, y una tarde y una hoja, y te quiero así.

E imagino un mundo donde no hallarte, donde la pregunta carezca de rostro, donde no sepa hablar tu idioma, y soy un perro y una gota de lluvia, un beso y una cuerda.

Salimos a caminar y cada uno es varios más, y somos una red y somos aves, hablamos para atrás y para adelante, y nos chocamos y creemos ver un rostro conocido, y somos varios y esos rostros se confunden, pues son un perro, un árbol y una gota de lluvia, y lloramos.

Y por las noches somos eso que creemos ser, mentimos y nos atrevemos a decidir, a enfatizar algo tan débil como el hecho de creer que somos uno.

lunes, septiembre 03, 2007

Conectar desconectando

Somos particulares, caminamos y olfateamos el día, nos perdemos en esa ciudad obscura.
Miramos el rostro de ese quien nos mira, de esas ropas que caminan sobre aquellos que vemos mas de lejos, caminamos.
En cada rostro cansado nos vemos reflejados y a su vez tan distintos.
La red se aglomera, cada nodo conecta y desconecta en segundos, me mira, te miro, me mirás, te veo, te escucho, te desprecio. El desenfreno y el vértigo se apoderan del cemento y el asfalto y los automóviles pasan y te miro y me mirás, te veo te escucho, te desprecio.
Y la palabra es un infinitivo, y cada idea se conecta y se desconecta en cada mirada, y nos vemos y nos recordamos, los recuerdo, los extraño, no los quiero ver mas, los desprecio.
La red avanza, cambia de forma, los insectos de las ramas comen lentamente y desconectan arterias, unen otras con sus cuerpos, y los insectos son devorados por la corriente, y nuevos caminos se forman y te miro, nos recuerdo, nos desprecio.
Y respiro y mi aire es el tuyo y es el aliento del otro y es el oxígeno en la sangre que crea una célula que será una noche de desenfreno y te miro y me mirás y te amo, y te miro y te miraba y aún lo hago. Y se abrazan y la red se conecta por una arteria nueva, la célula de una parte mayor da forma a otras mas y un nuevo nodo de la red se crea, y te amo y los amo y no quiero perderlos.
Caminan, pasean, ríen, se miran, se escuchan, se desprecian, se aman, se recuerdan.
Y nace, grita, te mira y no entiende, lo mirás y te quiero, no pienso perderte. Y crece y camina, y la red conecta, y los insectos se alimentan de las arterias nuevas, y otra vez perecen en la corriente y la arteria vieja que alimentó al insecto se restaura en el cuerpo cubierto, en quienes miran y pasan y se desprecian y se aman, se desconocen y vuelven a encontrarse.
La red conecta, somos particulares, tanto que caminamos y olfateamos y nos perdemos en esta ciudad obscura...

sábado, agosto 18, 2007

Recordame que te escucho

Era parco el tipo, no hablaba mucho, pero escuchaba buena música.
Y asi el recuerdo actualizado por una melodía pule las aristas de lo que pudo convertirse en un recuerdo catalogado dentro de las personas que hemos conocido sin más, así, sin más, ni siquiera pena.
Hay un sin embargo.
El tipo escuchaba buena música, aquella mujer sabía lo que le gustaba aunque haya sido bien perra la muy perra, era un hijo de puta el otro pero traía buenos discos de Jazz, hay un recuerdo morigerado.
Y así un buen momento y una sala inundada de música tiene raíz en aquella persona que conocimos o fue circunstancia y cosa cotidiana, amigo o enemigo, pero cercano, tanto como para influenciarnos o hacernos partícipes de esas tiranías livianas que resultan del hecho de poner un disco y que los demás escuchen. Los demás nosotros, los demás ellos, los demás en el tiempo que nos influye e influimos sobre otros.
En circunstancias donde mayormente se olvidan las referencias, y un tema ya no nos recuerda a ese alguien que nos deslumbró con un gusto refinado, con alguna preferencia inesperada o una diversidad que jamás hubiéramos previsto, el autor y su obra pasan a ser patrimonio nuestro, como si desde la cuna escucháramos a Coltrane ; y miramos raro a quienes jamás escucharon a Miles, increíble, inusitado, aunque hayamos oído hablar de ellos hace un mes, y nos resulte imperdonable el no haberlos conocido antes. ¿Donde estaba yo en los 30' , en el flower power y el estruendo seductor de un acorde de Hendrix?
Y no nos perdonamos, podríamos eternizar la lista de aquellos a quienes no escuchamos jamás y hoy desconocemos.
Y el tipo era un hijo de puta, pero que buena música escuchaba, aunque no lo recordemos siempre.

Luego están quienes no escuchaban nada, sin gusto alguno por ninguna melodía, con suerte están en la memoria, con suerte están vivos.

martes, agosto 14, 2007

Objetos Perfectos

Encuentra la lámpara en la mesa, estática, parece estar mirando hacia abajo, personificada.
Cada pequeño objeto ha quedado en el mismo lugar en el que ha sido dejado horas atrás, esas revistas que prometió hojear tantas veces y que por eso mismo no son guardadas en la pila mayor, ese viejo retrato que muestra un rostro joven que mira a quién detrás de la cámara la amaba en palabra y en hechos, que así es la historia del abuelo fotógrafo y la abuela joven modelo de retrato.
Se sienta en esa vieja mecedora heredada y con el rechinar del mimbre repasa rítmicamente con la vista la mesa, el florero, ese viejo cuadro de autor desconocido, la televisión apagada, el ventilador de techo que en invierno no gira, la tenue luz que entra por el hueco que permite una cortina sobre ese ventanal enorme que da al patio.
Y la silla rechina, y los objetos son amigos, son lo cotidiano y lo controlable que no necesita ser controlado, un libro, una lapicera, entidades maleables, dependientes para el uso propuesto, independientes para estar inactivos, sin requerimientos ni novedades.
Y el aroma esperado está donde tiene que estar, las texturas familiares, el cuero del sillón, la forma automática que cobra el apoyabrazos bajo su codo, las arrugas en las cálidas manos, la taza humeante de café recién preparado y el sonido del metal de la cuchara contra la porcelana.
Un cigarrillo y el recuerdo, se mece en memorias lejanas, se deja enroscar por ese humo azul , bendice cada día con sus abuelos, cada charla en las tardes cuando las manos y la vista podían poco, cada visita a la casa paterna con algún inesperado regalo, el día que dejó de verlos y un hoy lejano, demasiado.
Le caen lágrimas.
Ya es la hora en que los demás llegan, los objetos perderán el color o adquirirán otro, y el sol se escapará tras las cortinas.
Cada recuerdo es perfecto, esa es la tarde que procura y repite, como quien elije un buen escocés, o un buen habano, solo objetos y recuerdos, perfectos.

miércoles, julio 11, 2007

El secreto de las hadas

Sale a la calle, lleva puesto un traje de hada y unos escasos cinco años, camina unos pasos y saluda al vendedor de diarios.

En la casa el padre está en la cocina, con un cinturón en la mano, la madre en el piso apoyada en manos y rodillas, pide por favor, tiene el rostro lastimado y las piernas marcadas por un morado rojizo.

Cruza la calle y mueve un poco los brazos como si fuera un pájaro, en la mano derecha sostiene una varita con una estrella en el extremo, llega al parque y hay unos perros, se le acercan.

El padre sale de la casa y se encamina hacia un bar cercano, la madre está en la cocina, pastillas y un vaso de agua son el almuerzo.

La pequeña hada le habla a los animales, algunos le huelen las piernas o las zapatillas rosadas. Una anciana sentada cerca le pregunta algo a la pequeña.

En el bar el mozo sirve lo de todos los martes cuando llega el hombre cansado y con el rostro extraviado a las seis de la tarde. No pregunta nada, solo llena el vaso y deja que el hombre mire a través de la ventana y cada tanto golpee la mesa con el puño, hasta que pide el cuarto vaso y tambaleando abandona la mesa.

Los perros se han dispersado y solo uno marrón y pequeño está entre el hada y la anciana.

Hoy es el día de las hadas, dice la niña como respuesta a la anciana.

La mujer hace mención a los padres, a la hora y que una niña tan linda no puede andar sola.

Hoy es martes, papá viene temprano del trabajo y mamá llora mucho, papá se va y cuando regresa quiere jugar conmigo mientras mamá duerme, pero no me gusta.

La mujer acompañó a la niña de regreso a la casa, las hadas tienen amigas especiales le dijo.


A finales de agosto cada año puede verse una mujer en el parque, madura, que baja de un automóvil. Permanece sola, charla con los perros. Hay quien la ha visto llorar un poco pero sin dejar de sonreir. Se sabe hada, habiendo cruzado la calle hasta el parque con aquellas pequeñas alas y zapatillas rosadas en un tiempo remoto. Extiende los brazos y camina en círculos en el césped emulando el planeo de un avión, algunos perros ladran y unas personas la miran extrañadas, otros ya la conocen. Antes de irse deja unas flores sobre un banco.

Las hadas conocen el secreto para volar, le dijo la anciana con dificultad antes de despedirse por última vez, recostada en la habitación de un hospital, cuando el hada era una adolescente ya sin alas ni zapatillas rosadas, embarazada del primer hijo.

Las hadas conocen el secreto para volar.

sábado, julio 07, 2007

Acerca del gris de un sábado

Una taza impacta con el metal de una cuchara de té, el desayuno anuncia que la noche terminó. Una ventana, edificios lindantes, el ruido lejano de la avenida algo mas apagado que de costumbre. Es sábado y el gris amenazador de un cielo cargado obliga y asusta, invita opresivamente a permanecer en las guaridas, a utilizar el alimento almacenado y no salir siquiera para ver si ha comenzado a llover.

Los osados o quienes por obligaciones que saltean cualquier opresión salen de sus moradas para cumplir con algún deber, usan algún transporte público y quizá evadiendo el agua de una lluvia prominente llegan a destino.

Ciertamente el gris de una tormenta inminente nos infecta como una colonia de bacterias, y no salimos de nuestra casa, no salimos siquiera de nosotros mismos por ese temor a la tormenta, incluso dentro del círculo eterno de obligaciones impuestas o por elección, vamos por la calle con ese temor a cuestas, con una nube gris sobre nuestras cabezas como algún viejo dibujo animado supo mostrar.

Aprendemos a alimentar esa nube, la respetamos y le rendimos homenaje, y seguimos nuestro camino. Y en un sábado de tormenta que de por sí nos amenaza el temor es doble, nubes fuera y la que habita sobre nuestras cabezas: la jaula cobra mayor rigidez.

Hay quienes han muerto asfixiados por las propias nubes, sin tiempo a sentir el miedo a salir bajo una tormenta de sábado.

Dicen que quienes andan con esas nubes encima poseen un andar muy particular y en los ojos hay algo de brillo perdido, que podría confundirse con tristeza, pero es el miedo a quitarse la nube y el miedo a otras mas lejanas, que aunque en un día soleado, ellos saben que se puede torcer el blanco en un gris intenso y dejar caer agua a montones.

Hay quienes han muerto de miedo por temor a nubes invasoras que no estaban a la vista, y llorando o agazapados en un rincón se han perdido de incontables días de sol.

Hoy es un día nublado, es sábado, salgo a ver quien anda por ahí.

sábado, abril 28, 2007

delirium tremens: forma y equilibrio

El celeste debajo del rosa se transforma, hasta que el azul oscuro fenece ante un negro agujereado por lejanos brillos dispersos. Para no decir que ha llegado la noche, que no es lo mismo, la percepción de los hechos hablan de lo que han significado para el que narra, para aquél que ha visto el sol desaparecer, y no es lo mismo que haya llegado la noche, a que una serie de eventos graduales hayan dado paso a algo que aunque habitual y reiterativo, tiene cierto protagonismo (al menos para quién presta atención a esos matices).

Se ha hecho de noche, aunque caiga en una reiteración imperdonable, o en una artísticamente aceptable y tal vez necesaria en pos de otorgar un grado mayor de significancia al anochecer, que paradoja.

Una melodía navega por el espacio delimitado de quien escribe, y el tema es las formas en las formas, o como no excederse sin ser escaso.

Pensando horas sobre armonía y brillos, sobre calificativos desorbitados o falencias imperdonables, llego a descubrir que una noche no es una noche más si las palabras destacan lo distinguible, esa veta que hace que un momento potencialmente similar a los reiterados en varias décadas de seres humanos -en esta ciudad humeante y con poca conciencia de sí- posea un matiz diferente.

Que difícil resulta ciertamente encontrar armonía en algunos relatos, sin exceder las apreciaciones, sin eliminar aquello que quitaría el sentido de ser a la unidad expresiva, a eso que podríamos llamar relato.

Y si, nada más complejo que hallar equilibrios.

Supongo que el arte es más complejo que aquello que se pueda entender de él, que la armonía es solo un aspecto en ciertas categorías de arte, de aquel arte (¿reiteración efectista?) que depende de algún sentido armónico para sustentarse.

Supongo que algún arte habrá donde la falta de armonía sea un medio de expresión para demostrar que eso que rompe es lo que expresa, algo punk.

Hoy busco el sentido sobre el sentido de la armonía y la percepción sobre la expresividad impresa en alguna forma, espero con el tiempo aprender más, sobre el equilibrio y sus contradicciones, en una de esas anochezca de pronto, sin puntos medios, ni equilibrios.

sábado, marzo 17, 2007

Romper

La mujer se acerca y pide permiso para hablar, no puede, no puede, gritan detrás, ¡no!, no debe.

El mas bajo de ellos le pregunta su nombre, la mira desde abajo, espera la respuesta y los demás dicen ¡no!, no puede.

Torso pequeño, los brazos desnudos y rasgados por lo que pudo haber sido un piso áspero, el rostro lastimado, lo mira a los ojos desde una altura mayor, se acerca un poco más al pequeño hombre. No la escucho, dice él.

Intenta lentamente, el principio de una palabra parece dibujarse, como una ola aún sin forma, el labio superior se eleva suavemente, el inferior tiembla involuntariamente, dos delgados senderos de lágrimas culminan en gotas que caen despacio cerca del mentón a ambos lados del rostro, se escucha un sonido leve, como de alguien pidiendo silencio, aunque en este lugar no haría falta. Todos miran expectantes, atentos a lo que pueda hacer con las palabras, pues ha habido otros tiempos, ¡No puede! dice otra voz un poco mas lejana que las anteriores.

La mujer se yergue sobre sus pies, mira a los demás y deja que el cuerpo ignore al hombrecito bajo que tiene delante. Da un paso al límite de embestir al pequeño traje negro, al rostro que atónito mira hacia arriba, el mismo que le pregunta que pretende, qué cree estar haciendo.

La mujer tose, se toca la garganta - las lágrimas ya no caen del rostro – y mueve el cuello de izquierda a derecha, mira a los ojos uno por uno a quienes impactan en el campo visual y a la vez la miran con indignación, con tristeza, con asco, con atención clínica.

Ustedes son – hizo una pausa como si juntara fuerzas - ¿Ustedes son, ustedes?, les pregunta con una voz áspera y algo entrecortada por la respiración, la miran y algunos ríen, otros se rascan la cabeza, algunos salieron corriendo y a lo lejos se escuchan gritos que se escurren por la sala como un débil eco.

El hombre pequeño se afloja la camisa a la altura de la cintura y saca un arma que traía oculta sujetada entre el cinturón y la cintura, la empuña con la mano derecha, Usted no es nadie le dice a la mujer.

El hombre pequeño disparó, yace tendido en el suelo, la sangre se dispersa por debajo del cráneo, la mujer se corre unos pasos para atrás y los demás van gradualmente abandonando la sala.

¡No, no puede!, dice uno mientras desaparece por la puerta.

Afuera la calle estaba llena de mentiras.

viernes, marzo 09, 2007

Esos viejos desconocidos

Hablar de algo desconocido suena a falacia, pero hablar de algo desconocido cuando uno está en contacto con eso que se desconoce nos lleva a plantearnos donde reside tal desconocimiento.

Sentir algo aproximarse, asi como quien siente un atardecer sin necesidad de ver que el sol cae. Y de pronto la duda, la naturaleza de eso que se aproxima, que se desconoce pero está cerca.

Ayer fue el dolor, hipótesis subterráneas que a través del tiempo han tomado la forma de un monstruo acéfalo, y de pronto nos cuentan que la historia ha cambiado, que “no va más” la ruleta.

Suena extraño hablar de algo desconocido, sin embargo cuantas veces hemos abrazado esas sensaciones, esos nuevos objetos desconocidos del mundo que en retrospectiva toman forma visible, pero cuando se conjugan en presente mas bien se asemejan a una silueta borrosa y amorfa detras de un vidrio, como si alguien nos jugara una broma de mal gusto, burlándose de la incapacidad propia por vislumbrar contornos, por eliminar la niebla.

Suena extraño hablar de objetos desconocidos, aunque eso que desconcemos sea sostenido en las manos, y podemos verlo y aun asi no saber que es, aún asi dudar si eso es real y está delante nuestro.

Hablar sobre lo conocido podría sonar a falacia, si reformuláramos la concepción del conocimiento, pues qué se conoce y qué se desconoce en su totalidad: poco.

sábado, febrero 10, 2007

Reencarnar en mí

Ser sapo y verse convertido en príncipe, eso quiso y me convenció, de no haberlo sabido antes tal vez...

Lo veo nadando en esa masa gris de peces ciegos, con el brillo particular de la risa por opción.

Se que caminará rosado por las calles en las noches que apenas comienzan, de piel joven, de frescura ignorada.

No preguntará mas de lo necesario a fines de ser él mismo, en las tardes donde lo que busque será un par de sonrisas sinceras. Y la gracia de aquella broma que nos jugaron hace tiempo -en la sonrisa que nos recuerda que ya no importa - se le habrá perdido en los labios curvados de la juventud.

Sobre todo me habrá regalado dudas e inquietudes, y pequeñas certezas que con el tiempo serán reformuladas.

Lo veo alcanzar un trozo de poesía sin ser poeta ni conciente de los versos, sinceramente brutal, desplomando críticas con el candor de su rostro, forzándonos a apreciar aquello para lo cual no tenemos un nombre reservado.

Lo invadirán mil dudas y quedará con tantos huecos como sueños, entre música de Mozart y anhelos infinitos: Me tomó de los brazos casi sin edad, giramos como locos, mis pies flotaban en el vacío inercial. No lo recordaré.

Y así una caminata cualquiera en alguna futura tarde explica el mundo, transformando las esquinas en bisagras de un tiempo cíclico.

Ayer, hoy y mañana, por eso elijo nacer como hijo de mi padre.