domingo, diciembre 17, 2006

La tarde delata esta cárcel

La idea es algo así como calcinarse desde dentro, como si alguien encendiera la llama y luego se dedicara a otra cosa. Y así en esa irresponsabilidad ardemos, mientras las horas llueven y esta tormenta es más visible.

La idea nos lleva a querer escapar, en ese instante donde la conciencia delata individualidad.

La cárcel se hace evidente y las formas para explicarse están fuera y esperan a que abramos alguna hendija.

La tarde continúa y un minuto se hace permanente, así la hora, así el día.

En vano trata el hombre de encontrar sosiego, alumbrándose con las luces de las propias armas, con la misma fábrica de sombras, donde detrás de éstas últimas reside aquello que se busca.

Creerse conciente es solo el alerta, la configuración de las evidencias, que nos delata como imperfectos y artífices de una falencia perpetua.

Calzamos cada día el mismo zapato, mientras intentamos caminar diferente, creyéndonos descalzos, así el pavimento se siente igual, y nada se aprende excepto la mentira.

Llega la hora en que las persianas se cierran, los animales duermen y nos vemos invitados al descanso, y allí, en el sueño, es el único lugar donde estaremos en lo cierto, y libres.

lunes, diciembre 11, 2006

Sintomatología de un domingo lluvioso

La calle está despejada, la gente lleva un ritmo diferente, no propuesto, la inercia del día se acomoda a las últimas horas de la tarde.

Un automóvil espera pacientemente el cambio en el semáforo, nadie se apura.

Algunas parejas caminan de la mano compartiendo sonrisas, algunos niños corren ostentando su inocencia, mostrándonos violentamente lo diferente de sus formas.

Semanas han pasado de calor en esta ciudad de locos, donde la agresión y la indeferencia se nos confunden con un lenguaje, y en cada esquina se cruzan abismos separados por vidas, donde no hay puente posible: una mujer sale de un local comercial con bolsas en la mano, impresiones doradas y manijas de colores. Unos ojos semiabiertos y un rostro sucio se le acercan pidiéndole una moneda - su único verbo y conjugación – y la mujer lo mira, el niño espera, lo mismo da que hubiera sido un perro de la calle o un cartel anunciando rebajas de temporada, la mujer sigue su camino de bolsas semivacías y el joven sin su moneda, se pregunta éste si podrá conseguir alimento antes de mañana, le llegan como un eco lejano las eventuales palabras para excusarse con quién lo ha enviado a caminar por las calles, resuenan como chasquidos en el agua antiguos dejos de violencia, pues has recaudado poco, y poco hay, y poco tendrás.

El niño sube a un ómnibus, junto con otros mas jóvenes aún, y entre risas y escurridas entre la gente evitan el pago del pasaje, y así obtienen que el ómnibus se detenga, que el chofer aluda la falta de pago, que si no bajan no sigue. Algunas personas dentro del ómnibus los miran, insultándolos en discreto silencio, con secreto desdén, a excepción de quienes tienden su mano con una moneda.

Han cometido una gran falta estos pequeños, la de de no tener ni dinero ni familia, la falta de desconocer el lenguaje de quienes los miran extrañados, de quienes los juzgan sin entenderlos, de quienes los odian sin escucharlos.

“Que se bajen”, gritó uno.

Afuera llueve, la avenida se llenó de automóviles aleteando agua desde los parabrisas, gente guareciéndose en los escuetos techos sobre las veredas, como insectos que se agrupan, escapando de algo o alimentándose de alguien más grande.

El niño se acerca al chofer -los otros bromean y gritan sentados en los últimos asientos del ómnibus - y le comunica que ha recaudado para dos boletos, el chofer indica que ellos son tres, que el dinero no alcanza.

“Que se bajen de una vez” grita la misma voz.

Las puertas del ómnibus siguen abiertas, unas pocas gotas salpican el interior, algunos miran extrañados, otros fijan la vista en las gotas tras el vidrio de las ventanas.

El niño hace unas señas a los demás pequeños, finalmente se bajan del ómnibus, con monedas que no fueron suficientes.

La lluvia continúa más intensamente, la tarde decae como un enfermo terminal, en cada individuo que al mirar alrededor olvida, en casa persona que no quiere recordar.

El ómnibus retoma su marcha dejando atrás a los pequeños a quienes el agua parece no molestarles.

Algunos regresan gradualmente a sus hogares, otros dormirán bajo una manta en algún rincón, esperando poder vivir un día mas, aprendiendo que algo habrán hecho mal, para ser odiados de tal modo, cuando lo único que ellos quieren es probar aunque más no sea una porción de ese mundo que se les ha negado.

miércoles, octubre 25, 2006

Ven, que se acaba el mundo (2da entrega)

Saber del final sin saber del principio puede resultar extraño a ojos ávidos de explicaciones, pero no las había, ni las habrá.

Cada uno en su propio ciclo, en ese momento que nadie llegó a reconocer, supieron lo mismo: no habría mas nada.

La emergencia invadió las calles, sin justificación alguna, ya que poco por hacer hay cuando la sentencia es definitiva y mas aún, conocida por todos de una manera en que ni los medios de comunicación han podido lograr desde que han comenzado a invadirnos.

Ella habla poco, solo expresa su deseo inmediato de consecución, grita por instantes, levemente, y él sabe que es tal vez el último encuentro de abrazos y desnudeces en la corta vida que lleva, y paradójicamente lo invade el terror de aquellos lejanos comienzos en esta materia.

Los dos se miraron, los dos lloraron, abrazándose bajo ese techo prestado a la fuerza, escuchando sin atención la música de la calle, ese caos que transformó a la ciudad en lo que siempre, pero con un desorden diferente, esta vez no hay reloj que sentencie una llegada tarde o una pérdida irredimible, no hay reloj, no habrá tiempo.

Fermín mira el techo con ansias de un cigarrillo que no tiene, con la tranquilidad de ser él en ese instante, de ser auténticamente él, al lado la chica mira al techo también, los ojos están vidriosos y los brazos tensos: no puede respirar.

Estoy bien, ve por ayuda dijo ella, Fermín salió a la calle y encontró muchas cosas.

Esther es el nombre en la cédula de identificación en el bolsillo de los pantalones en el suelo, hace veinte años que está en este mundo y hace pocos que trata de comprenderlos, cada vez que mira en el espejo el extremo de una cicatriz de entre tantas que le habitan la espalda. Les había inventado formas y nombres, para hacer más llevadera la coexistencia, y había leído sobre el bautismo de sangre del azote en el siglo XIV.

Por casualidad u orden desconocido otra vez el mundo se hallaba sumido en el desconcierto y en el temor de un aniquilamiento certero, varios siglos después.

Los flagelantes comenzaban a desfilar por las calles.

domingo, octubre 15, 2006

De la soledad aparente, de los orígenes y de todo, un poco

Hoy es un día especial, tal vez por la ausencia de aquello que nos motiva a levantar un auricular y hablar con quien cables por medio escucha nuestra voz transformada, el hola-como-estás de cualquier diálogo, real, donde los ojos se reflejan simultáneamente, donde un café o un plato es la excusa del encuentro, o al menos donde se encuentran las voces y las intenciones teléfono mediante, feliz día.

Sería falso enunciar que todo encuentro implica un diálogo real, todos sabemos que no es así, ¡Cuantas veces habremos escuchado y sin poder responder de la misma manera meneamos la cabeza asintiendo!, ¡Cuantas veces nuestras palabras fueron presa de la ignorancia y de la interpretación mas burda!, ¡Cuantas veces tuvimos que decirnos “Así es la vida” y seguir nuestro camino esperando encontrar mejores oídos!

Si creyera en un dios particular lo invocaría en este momento, como diciendo ¡Dios, sálvame de quienes no comprenden mis palabras, de quienes no pueden más que escucharse ellos mismos!

Y así, nada ni nadie vendría bajo un haz de luz blanquecino, nadie diría “Hijo mío, el hombre es así, y así debes amarlo, el prójimo eres tú”.

Nadie vendría ni vendrá, ya que no hay ni invocación ni posibilidad.

Y de este modo, en este día que me recuerda que estamos hechos de una masa muy particular, quiero gritar, que a veces en un mismo idioma estamos más lejos que dos frases alejadas por tres secuencias de traducción, que aunque la idea sea una, ya sabemos lo que sucederá luego…

Hoy es un día especial repito, pues un teclado y una pantalla de CRT es un buen lugar para estar un momento, viendo avanzar este texto, viendo surgir las ideas que detrás de la sombra que dejamos cuando nos despertamos, hablan por nosotros.

Estamos hechos de palabras y de posibles, ya lo sabemos.

Y de ser posible quisiera decir feliz día, y que esa frase no llegue tan lejana como en una triple secuencia de traducción.

Feliz la imposición de la felicidad, feliz el día, porque así deberá ser, y así hemos de vivir.

domingo, octubre 08, 2006

decir poco

No digas esa palabra

demasiado esta tarde

el sustantivo pesa


Conserva los actos,

tu intención de /

la tensión de los momentos


Funde los abrazos

y tu mirada

que estos ojos /


No digas nada

y espera a que

no haga falta




decir nada.

domingo, septiembre 24, 2006

Siempre vamos

Vamos a romper equilibrios aparentes, con ojos extrañados y voraces.

Vamos a gritar mil por favores y miles no quiero.

Vamos a dejar caer lágrimas a borbotones, tantas que perderíamos la cuenta de intentar registrar los hechos.

Vamos a saltar de la vereda a la calle y cruzaremos con independencia, aprendiendo a temer.

Vamos a creer que aquel rostro es la unificación de nuestros anhelos, aprenderemos a olvidar.

Vamos a correr unos kilómetros bajo el sol previo al verano, recordando que estamos despiertos y que nuestros pulmones sirven, y están ahí.

Vamos a darnos cuenta que nuestro origen es tan complejo como lo somos nosotros.

Vamos a creer que eso que sentimos es aquello en que creemos y posee nombre propio, aprenderemos que los nombres no son absolutos.

Vamos a descansar luego del trajín diario, recordando que estamos hechos de posibles y de evidencias, de sueños cumplidos y metas olvidadas.

Vamos a saltar de la cama y olvidarnos que hoy no debemos trabajar, que se puede disponer del tiempo y luego dormiremos más, agradeciendo ese vacío.

Vamos a mirarnos al espejo luego de un tiempo y recordaremos que somos eso que fuimos mirando gradualmente, casi sin reconocernos, hasta que un día de pronto el reflejo sea la imagen de nuestro rostro.

Vamos a hablar con aquellos que nos escuchan, contaremos penurias y desengaños, frustraciones y odios variopintos, alzaremos la voz para escucharnos y creer que lo dicho es cierto hasta que un día, entre tanta charla escuchemos que el que habla somos nosotros.

Vamos un día a mirar en perspectiva, veremos eso que fuimos, ese potencial que fue encontrando un cauce y aprenderemos que la memoria es un buen refugio para ciertas cosas.

Vamos a vivir las ausencias de manera habitual, descubriremos bajo el sol de una plaza un nuevo modo de aprender, olvidar y temer.

lunes, septiembre 18, 2006

Todos jugamos a ser cadáver, que rico...

(Este es un ejercicio viejo que encontré en mis archivos, me resultó muy divertido cuando lo hice....)

Es un enredo, la sonrisa perfecta de esos pies donde el hierro se asa. Los grandes pájaros se suben a las corcheas y mientras dibujan la tela sagrada, los senos de las pequeñas persianas vomitan hijos abortados.

La sal y el hacha corren por el tapiz, la sangre del treinta y seis escupe un beso sobre el rojo y el trono se lo lleva el corcho del vaso en la mano del croupier.

Irrumpe el sol en su propia luz, y sigue y sigue, ilumina y grita aún sabiendo que las vecinas no dan flores en mayo, sino que los subtes se hacen hombres en navidad.

Volar y andar en patines es el precio más buscado por la hormiga que cada tarde, cada noche, luna y volver a empezar.

Día, sol, hamburguesas baratas y cereal con grasas saturadas de dinero, salido del bolsillo, de la fibra, del ovillo, de la industria, del inversor, del pobre, del alimento, mercado, feria, y el perro que está leyendo estas letras dejó de aullar.

Es un enredo, el chicle sigue ahí, la saliva escurre el terror propio en los túneles de esa ciudad donde los corchos y los granos de trigo bailan en las góndolas de los supermercados.

Sucede, sucede, sucede, el amor y el terror, el amor y el fuego sagrado del amor que ama y la mujer que ama y el sol que sale sin saber que es el amor, sin saber que sucede, que el sol sucede, sol, sol, sol, amor-mujer, hombre solitario que solo sabe ver el sol y no sabe que sucede, mientras él mismo sucede, existe y ama sin saberlo.

Escuchen, escuchen, escuchen sus dedos, me parece que no todavía, me parece que no.

Te quiero, sin mirarte te quiero, y esta tarde, el sol sale sin saberlo.


viernes, septiembre 01, 2006

Ven, que se acaba el mundo (el comienzo de algo tal vez mas extenso)

Ambos llegaron a esa esquina. Al igual que los demás, toda esa gente que ahora está en el propio lugar, trabajando, cenando con amigos, paseando al perro, discutiendo con familiares, decidiéndose entre la vida y una cornisa, durmiendo o haciendo lo que hacen las personas en una ciudad como cualquiera una noche de abril, saben de algún modo que el final es hoy, sin mediar explicaciones, sin apariciones místicas, pero lo saben, como que a la noche le sigue el día.

Fermín es el nombre del muchacho que sostiene con la mano izquierda la cintura de la chica, de cuerpo joven y rollizo, de ojos claros y una mirada que le recuerda que ella ha sido la elección correcta, aunque se conocen hace dos días, y ya saben que no les queda tiempo.

Al darse por enterados de la situación en medio de un beso profundo, se miraron fijamente unos segundos, “¿Qué hacemos ahora?”, pensaron en silencio que estaba sucediendo, como podrían haber sincronizado en el conocimiento de algo tan improbable, tan lejano a cualquier predicción, mirándose.

“¿Tú sabes lo mismo que yo?”, preguntó uno de los dos, se miraron y los ojos se les humedecieron. El abrazo duró poco, se sobresaltaron por el ruido de automóviles impactando, algunas personas gritando, que no podía ser, que no era justo, Dios sálvanos y muchas frases más rodearon las pocas calles alrededor de esa parte de la ciudad.

Decidieron meterse en alguna casa vacía, cosa que hicieron, rompiendo una ventana para entrar, con la suerte de no hallar ni perro ni alarma. Están tendidos en una cama, con los cuerpos entreverados y desnudos, dispuestos a amanecer allí, si es que el sol vuelve a salir.

lunes, agosto 21, 2006

Tu cara está en cada vagón (nostalgic post)

El automóvil sigue su curso, las calles desaparecen y la luz del semáforo enrojece, no llueve, pero hace frío, mucho. La reunión quedó atrás, el cansancio se hace sentir, y una vieja melodía se filtra en el recuerdo, un fade-in que no pregunta si es bienvenido.

Trato de respirar profundo, de recordar algún instante que complazca a la memoria, que me resguarde por un segundo del dolor que la circunstancia obliga.

Pisar y hundir la herida en el filo, desangrarme hasta el final de esta noche que no termina parece ser una opción amistosa.

Las luces indican que falta poco, que ya llego, que la luz se encenderá y la puerta va a mostrarme que los objetos siguen en el mismo lugar, que la lámpara enciende siempre del mismo modo, y que los recuerdos son los mismos si las semillas no cambian.

No decido escapar sino saltar la valla, hacer un esfuerzo más y ver el otro lado, pasar otro checkpoint de esta carrera con meta difusa pero con oponentes claros y obstinados.

Salgo despedido del auto y saludo, no quiero salir, cerrar la puerta ni pisar el asfalto, tampoco entrar: quiero suspenderme en el aire y quedarme horas allí, un instante donde el frío penetra por la nariz y se expande en los pulmones, invitándome cercanamente a la paz, a ese momento tan ansiado cuando los cercos se aproximan e indican que el tiempo escasea.

Llego a la puerta del departamento y se que soy yo quien la abre, pero no se quien será el que la cruce, si yo o el que se esconde, si yo o el que se atreve.

De pronto la recuerdo, aquella sonrisa que me daba lo que ni siquiera sabía que necesitaba, aquellos ojos de los que creí prescindir hace poco.

Pienso en los motivos, en las heridas que no cierran, en lo huecos que nadie llena, en las tardes en que me pierdo buscando lo que se que no se encuentra por donde voy, y la sucesión de imágenes converge en aquel rostro.

Y concluyo en que me duele, de alguna manera me duele no estar, no sentirme entero, aquella sonrisa le daba sentido a una búsqueda, hoy esa pregunta no tiene respuesta, ni rostro.

Y el dolor de hoy se opaca tras el vendaval, las esquirlas de ayer aún golpean, aún se clavan en mis manos al tratar de ver el peso que llevan encima, y el hoy es una dimensión múltiple, capas sobre capas, donde cada una se conecta con la otra, y en cada una me detengo un instante, y de a ratos, todas son una.

Que linda que sos, que linda que eras, y pensar que todo esto es porque no puedo olvidarte, porque soy un idiota de academia, porque no quiero sufrir mas de una vez y por lo mismo, porque no entiendo si hay algo que entender, porque te busco sabiendo que no estás, que hoy es tarde y hace frío, que los trenes han partido, y mirando el reloj de la estación, con la nostalgia de quien ansía un boleto, miro los vagones partir.

sábado, julio 29, 2006

Me, myself, y mi mismo

En mi casa me hablan, de mí.

Mi espejo me mira, me miro a mi mismo.

En mi casa me hablan, a mí.

Me hablo y no me veo, me miro y no me escucho.

En mi casa no hablo, mi boca no puede.

sábado, julio 22, 2006

El bar, entre camas y linternas

Siempre nos recordamos de otra manera, solía decirnos en las reuniones.

La sesión pasada nos sorprendió bailando, aludiendo a Fred Astaire como su maestro. Un dia en New York gritaba, un dia en New York.

Terminó la escena y se sentó, luego no dijo nada, aún cuando el licenciado le preguntaba directamente a él.

En otras reuniones dijo ser hijo de un navegante italiano, comerciante y estafador por derecho natural. Trató de comenzar anécdotas que hubieran quitado tiempo a los demás, el licenciado no lo dejó continuar.

Los demás siempre se indignaban, yo incluido, a excepción del día que dijo ser Robin Hood; nadie supo como había conseguido el gorro verde.

Así fueron varias semanas, al bar lo cerramos porque se llenaba de curiosos, el licenciado nos dijo que de una u otra manera hubiera sucedido porque estaba prohibido acostarse a ciertas horas de la madrugada. Al cerrarlo evitamos que nos quitaran las linternas que teníamos escondidas, el bar se extraña.

Ayer supimos que el aprendiz de Fred Astaire, el comerciante italiano, Robin Hood, y todos quienes fueron él, no volverían a bailar, ni a comerciar ni a proteger a los pobres.

El licenciado no dio muchas explicaciones sobre por qué él se había ido, sin haber salido en todo un día de la cama, sin reírse ni cerrar los ojos. Nadie lo dijo pero nosotros sabíamos que él volvería.

Ahora que la cama está vacía estamos pensando en reorganizar el bar, y esperaremos a que aparezca y nos comente donde ha estado y que aventuras trae consigo.

Es la hora en que apagan las luces.

martes, julio 18, 2006

Volviendo nos vamos

Y desandando un camino llega al punto de retorno. Vuelve en sí y observa el sendero a lo lejos, un aura de tiempo.

Hoy se sienta en el bar y lee, toma café y entre charlas con el mozo sigue atento, examina a quienes pasan, algunos le sonríen con un gesto de anuencia, hola como te va.

Hoy se siente de vuelta, pero en ninguna parte, una vuelta que termina en él, sin lugar reconocible más que una mesa vieja, una tasa vacía y un libro que espera.

Aflora en el gesto de simulada atención un viejo brillo, un dolor que esperaba liberarse hoy, específicamente hoy, a esta hora exacta de la tarde, en esta esquina, en este bar.

Abre la puerta e ingresa, se miran, ninguno esperaba encontrar al otro, mucho menos aquí, donde las probabilidades benefician el desencuentro.

Específicamente hoy se le desgarra esa parte que desconoció hasta ahora, ese rasgo oculto de las mil maneras de sentir que cobijó en su historia de amante amateur, de eterno trapo de piso de quienes lo recuerdan con simpatía pero sin amor. Hoy la ve y se recuerda años atrás, en una mesa similar en un lugar distante, jugando a olvidar en un instante, creyendo que un espíritu optimista puede con la herida mas grande.

Y así se levanta de la mesa con el libro en la mano derecha, saluda al mozo que recogerá el dinero de la mesa ahora huérfana, la mira a los ojos y le dice que no la ama, qué hoy sufre hasta el hartazgo la ausencia de los últimos años, que nadie superó ni reemplazó su voz ni su espacio, no por comparación sino por intensidad.

Y se va caminando lento, con la tranquilidad del que ha terminado bien un trabajo costoso.

Y llora.

sábado, julio 08, 2006

Perdón poetas : Experi-Miento

Y a cambio de la noche \

Vuelvo.

Arrastro el peso de \

Me cansa.

Y a cambio de tu nombre

escapo.

Sospecho una invención

Me harta.

No puedo más que \

Llega.

No alcanzo tú \

Se esconde.

No puedo hoy

hablarte.

Y mi nombre es el tuyo.

martes, junio 20, 2006

135 am

Se sintió caer por el ascensor como una gota de lluvia: cada hueso se le desprendía del cuerpo, piso tras piso, hasta que la puerta lo dejó escapar al llegar a la planta baja, reconstruido.

Saluda y cada palabra cae como un pedazo de masilla contra el suelo, las vocales se le arrastran en la boca hasta salir, una tras otra. La sonrisa cortés del vecino le indica que ha dicho lo apropiado, que cada palabra tuvo el sentido que tiene aquello que no se piensa, aprendido ancestralmente, una pertenencia esencial, como el color de los ojos o la sensación de regocijo de hallar calor luego de sufrir un frío intenso.

Los pies se le hunden en el asfalto, un viento tibio le pega en la cara, mira al cielo y distingue la perpetua nube irónica que le recuerda que el está ahí debajo, al igual que todos, al igual que siempre. Vuelve al pié que intenta dar un paso, y otro; se deja llevar un instante por un temor retroactivo, conservado para el día de hoy, para saberse despierto, a resguardo de una conformidad nociva e inmovilizante: teme como niño.

Se mira las manos y se piensa más viejo, más joven, lejano a esta tarde de calle a medio cruzar para llegar a ningún lado, para excusarse de sí mismo y sentir que puede existir incluso fuera del refugio habitual.

Alguien pasa a su lado y lo mira, flaco te van a pisar.

Automóviles evaden al hombre inmóvil en medio de la calle.

Camina algunos pasos más y llega a la otra vereda, las piernas son de plomo y los brazos de largos llegan al suelo, las manos arrastran largos dedos que se lastiman y traen consigo restos de la basura de la vereda, niños juegan a saltar entre ellos sin pisarlos. Los pies se derriten despacio y las rodillas cada vez están mas cerca del suelo, acompañando la transformación. Hoy seré parte de esto, piensa mientras detrás de una vidriera lo examinan creyéndose espectadores de alguna rara película donde el protagonista habla poco, lo miran y ríen, lo miran y mirándolo se deforman con él en su espejo, las manos que cuelgan de aquellos cuerpos envueltos en risas también se estiran, y los pies van hundiéndose en sí mismos como velas invertidas derritiéndose, y ríen. El los mira y una mueca se le dibuja en el rostro pálido, les desea una muerte lenta, y una resurrección inmediata a la muerte, en otro tiempo, más viejos o más jóvenes, lejanos a esta tarde.

Decide regresar y dormir, que la calle es ardua y el cielo demasiado áspero esta tarde, los dedos alargados se retraen alineándose con los nudillos lastimados, los pies resurgen del suelo y él vuelve sobre sus pasos en dirección a la puerta de entrada. En el ascensor las piernas se estiran a medida que los pisos se desvanecen en danza vertical, el tórax y los brazos enredan una cuerda que gradualmente se acorta y finalmente la puerta lo expulsa al pasillo: nace al piso donde la llave abre la puerta habitual, y pidiéndose permiso camina lento. Entra algo de luz por un pequeño ventanal, se inclina a la derecha mientras avanza y los dedos de una mano acarician la pared evitando la claridad que se dibuja en la irregularidad del revoque, se detiene de a instantes y apoya un hombro, ladeando la cabeza ésta se hunde en la pared. Escucha un latir intenso, voces provienen de los pisos debajo, en oleadas sucesivas, cada una trae consigo un latido propio y transforman rítmicamente los sonidos en diferentes colores, las manos se vuelven rojas, verdes o amarillas. El dibujo en la pared desaparece.

Un grito irrumpe en el pasillo y él sigue camino a la puerta oculta tras las sombras, un perro se le acerca y lo mira, él lo saluda y le dice que la bolsa cayó, que no compre, que mañana lloverán gatos. Abre finalmente la puerta y arrastra los pies, respira profundamente y proyectándose hacia un sillón raído decide dormir, hasta mañana, o hasta ayer, pero lejos de esta tarde.

miércoles, junio 07, 2006

Espera que todo

Ingresó en la sala y se sentó al lado de la puerta.

Espera sentado, se divierte mirando el zapato, observando los detalles de las costuras.

Mueve el pié y el tenue reflejo de la luz blanquecina sobre el cuero le recuerda algún viejo resplandor, no lo distingue por mas que los recuerdos vienen en catarata, carreras en una calle polvorienta en una infancia lejana, algunas primeras e infructuosas pedaleadas en bicicleta que terminaban con el cuerpo del niño que fue acostado sobre cardos y pastos secos, las primeras caminatas a la escuela secundaria bajo la helada de inviernos épicos. Alguien entra.

Lo distraen, entran, preguntan, y depositando sus humanidades sobre un sillón descolorido acomodan algunos papeles entre las manos y esperan, con la resignación que sugiere el tiempo en esos momentos, cuando se está a la espera de ser llamado y los minutos solo cuentan para quién callado espera, así se suceden apellidos desconocidos y rostros sufrientes.

Vuelve al zapato, se detiene en algún detalle inútil, repasa lenta y discretamente los rostros en la sala, los ojos de angustia, los entrecejos fruncidos de impaciencia, el brillo perdido de quien realmente está mal, porque estar mal pocos lo están, incluso allí.

Hay un ventilador apagado, un cuadro con poco color que muestra unas aves y el reflejo deformado de la sala, circula poco aire, no hace frío aunque afuera es invierno.

No han llamado por su nombre aún, aunque no desespera, se divierte con los detalles, con las secretas imperfecciones alrededor, eso en lo que se sustenta lo que usualmente pasa desapercibido.

La puerta se abrió varias veces, las voces cambiaron, agotadas, suplicantes o despectivas.

Entrará, dirá su problema, le contarán otro y se irá sabiendo que hacer, aunque en el fondo solo sepa esperar.

Lo llaman.

martes, mayo 23, 2006

Por la mañana

Sale a la calle, el aire lo devora, da lo mismo si es frío o caliente, la voracidad no distingue. Sigue el rumbo hacia lo pactado, camina.

Mira a los costados, al suelo, delante de él, personas, vidrieras y algo del sol de la mañana se le escurren bajo los pies.

Cruza la calle evitando el reflejo del sol, es temprano, o es tarde.

Saliendo de un asombro mínimo se encuentra reflejado en una vidriera, los ojos enrojecidos, el pelo ralo y desordenado, mira al extraño reflejado.

Sigue camino, unos pocos pasos y espera, extiende la mano, el número es el habitual, la gente la misma de todas las mañanas. Hay un leve calor en medio de la masa humana, empujones discretos y algunos disculpe baja usted en la próxima, si bajo acá, si bajo acá, acá.

Llega a destino y desciende a la calle nuevamente, solo unos minutos lo alejaron de la masa de ruido y pasos, comercios que despiertan con los primeros transeúntes y miradas sutilmente indiferentes entre quienes comienzan a debatirse entre el sueño y las primeras ideas. Hace frío, o calor, lo mismo da.

El semáforo alterna los colores, la gente evade la señal y suenan las bocinas de algunos automóviles, la masa humana se despierta.

Siente que un dragón lo devora, lo atrapa en fauces ardientes. Mira alrededor y la calle es un gran camino de tierra, hormigas corren de acá para allá, se chocan y cambian de dirección, algunas siguen en fila, otras eligen un camino propio y algunas regresan con alimento en las mandíbulas.

A lo lejos hay un gran insecto cubierto por ellas. Alimentándose de el se turnan, suben y bajan por el lomo, gradualmente el insecto pierde volumen. Otras hormigas solo pasan por los lados, por el camino elegido.

Caminan rápido, trepan a los árboles y vuelven a bajar.

Luego llueve y lo que queda del insecto se termina de desarmar, las distintas partes fluyen sobre pequeños senderos de agua.

Luego sale el sol.

El semáforo dio luz verde, a lo lejos se distingue un gran insecto cubierto de hormigas.

sábado, mayo 20, 2006

La tarde de la profesora

Los ojos de la mujer buscan.

Me encuentro tomando un café como siempre, miro alrededor.

Detrás de las ventanas hay algunos árboles, estudiantes que vienen y van por un pequeño camino de cemento que se adivina debajo de los pies, un poco más lejos algo de césped y un resto de sol de la tarde que ya termina.

A mi izquierda el pasillo que se forma entre las mesas por momentos se llena de gente, caminan quienes con un café en la mano buscan alguna silla.

En las mesas de fórmica y madera de años hay manos jóvenes que sostienen tazas, hacen gestos o saludan. La luz refleja en las tazas y en los lentes de algunos, las voces llenan el lugar.

En un extremo del bar está ella, despacio se acerca y en cuestión de segundos nos encontramos conversando.

Escucho atento, parece triste, y aunque me sienta manco frente a ella -en estos casos las manos no son necesariamente las extremidades de los brazos – espero alguna palabra certera.

Comienza a hablar de una tristeza que le aqueja.

Traemos a la conversación alguna pérdida, adioses irreversibles y algunos otros eventuales culpables.

Trato de encontrar sentido en las palabras, indicios de lo imperceptible, y de a poco las frases suenan mejor, más asequibles. Y aunque no hable, aunque profundamente sufra por lo que calla, se siente mejor.

Emociones y rutina invaden las palabras, opiniones de minutos, lo que dura el vapor del café.

Las miradas se extravían y ella habla mientras el café en la taza respira.

La gente sigue su peregrinación hacia mesas vecinas, pobladas de tazas, cuadernos y papeles.

Hoy ella dará una clase, enseña en la Universidad. Toma café de a sorbos cortos, mira un horizonte que no hay, no cae lágrima alguna; se recuerda mas joven como si varias décadas hubieran pasado, aún no cuenta treinta años, me mira, le digo algo.

En unas horas estará delante de varios alumnos, quienes en su propios días la recuerdan dando alguna clase anterior, algunos no olvidan la pasión con que la profesora comentó aquel detalle, ese brillo en los ojos.

Trato de describirme un motivo, una forma, pero no la hallo, escucho: sufre y hablando conmigo toma café.

Cuenta que el presente que se eligió le resulta una carga, le ofrezco una analogía que habla de decisiones, conciente de que una representación no siempre nos regala una salida.

Hoy dará clase, un alumno la odiará por no entenderla, otro la amará y sufrirá por no poseerla.

Me saluda y se va caminando despacio, me quedo pensando.

La gente sigue su vida de bar, de libros cansados en mesas viejas, de tazas con café y reflejos cotidianos, de conversaciones nuevas y no tanto, de vida que se renueva constantemente.

Dentro de algunos minutos, delante de alumnos expectantes: la profesora.

domingo, mayo 14, 2006

De andar en círculos

De andar en círculos. Me contaron se trata de eso. De trastabillar cada día con ese lugar harto recorrido, de volver a ver la luz que entra por la ventana un domingo cualquiera, de sentarte frente a la computadora a escribir algo desconocido, esas palabras que dormidas salen a formar parte de algo con destino incierto.

De andar en círculos. Escuchar para encontrar que eso que hoy gusta es lo que mañana se olvida y al recordarse algún acorde de eso olvidado: la nostalgia.

De andar en círculos se trata. Volverán los días fríos, el eterno ciclar, las vueltas alrededor del sol, las vueltas alrededor de eso que no terminamos de entender pero que de alguna manera conocemos: el centro de giro.

Caerán certeras piedras por el camino, volveremos a evitarlas por las mismas vías, aludiendo sorpresa, aludiendo certezas.

Hoy, delante de estas letras, camino sobre el borde del círculo, consciente de estar en ese viaje perpetuo, del eterno retorno de un espiral que vuelve a pasar por el centro, alejándose para luego regresar, y así darnos tiempo para creer que todo es distinto, hasta que pasamos otra vez por el centro: paradoja.

Me contaron se trata de eso. De andar en círculos.