miércoles, junio 07, 2006

Espera que todo

Ingresó en la sala y se sentó al lado de la puerta.

Espera sentado, se divierte mirando el zapato, observando los detalles de las costuras.

Mueve el pié y el tenue reflejo de la luz blanquecina sobre el cuero le recuerda algún viejo resplandor, no lo distingue por mas que los recuerdos vienen en catarata, carreras en una calle polvorienta en una infancia lejana, algunas primeras e infructuosas pedaleadas en bicicleta que terminaban con el cuerpo del niño que fue acostado sobre cardos y pastos secos, las primeras caminatas a la escuela secundaria bajo la helada de inviernos épicos. Alguien entra.

Lo distraen, entran, preguntan, y depositando sus humanidades sobre un sillón descolorido acomodan algunos papeles entre las manos y esperan, con la resignación que sugiere el tiempo en esos momentos, cuando se está a la espera de ser llamado y los minutos solo cuentan para quién callado espera, así se suceden apellidos desconocidos y rostros sufrientes.

Vuelve al zapato, se detiene en algún detalle inútil, repasa lenta y discretamente los rostros en la sala, los ojos de angustia, los entrecejos fruncidos de impaciencia, el brillo perdido de quien realmente está mal, porque estar mal pocos lo están, incluso allí.

Hay un ventilador apagado, un cuadro con poco color que muestra unas aves y el reflejo deformado de la sala, circula poco aire, no hace frío aunque afuera es invierno.

No han llamado por su nombre aún, aunque no desespera, se divierte con los detalles, con las secretas imperfecciones alrededor, eso en lo que se sustenta lo que usualmente pasa desapercibido.

La puerta se abrió varias veces, las voces cambiaron, agotadas, suplicantes o despectivas.

Entrará, dirá su problema, le contarán otro y se irá sabiendo que hacer, aunque en el fondo solo sepa esperar.

Lo llaman.

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