martes, mayo 23, 2006

Por la mañana

Sale a la calle, el aire lo devora, da lo mismo si es frío o caliente, la voracidad no distingue. Sigue el rumbo hacia lo pactado, camina.

Mira a los costados, al suelo, delante de él, personas, vidrieras y algo del sol de la mañana se le escurren bajo los pies.

Cruza la calle evitando el reflejo del sol, es temprano, o es tarde.

Saliendo de un asombro mínimo se encuentra reflejado en una vidriera, los ojos enrojecidos, el pelo ralo y desordenado, mira al extraño reflejado.

Sigue camino, unos pocos pasos y espera, extiende la mano, el número es el habitual, la gente la misma de todas las mañanas. Hay un leve calor en medio de la masa humana, empujones discretos y algunos disculpe baja usted en la próxima, si bajo acá, si bajo acá, acá.

Llega a destino y desciende a la calle nuevamente, solo unos minutos lo alejaron de la masa de ruido y pasos, comercios que despiertan con los primeros transeúntes y miradas sutilmente indiferentes entre quienes comienzan a debatirse entre el sueño y las primeras ideas. Hace frío, o calor, lo mismo da.

El semáforo alterna los colores, la gente evade la señal y suenan las bocinas de algunos automóviles, la masa humana se despierta.

Siente que un dragón lo devora, lo atrapa en fauces ardientes. Mira alrededor y la calle es un gran camino de tierra, hormigas corren de acá para allá, se chocan y cambian de dirección, algunas siguen en fila, otras eligen un camino propio y algunas regresan con alimento en las mandíbulas.

A lo lejos hay un gran insecto cubierto por ellas. Alimentándose de el se turnan, suben y bajan por el lomo, gradualmente el insecto pierde volumen. Otras hormigas solo pasan por los lados, por el camino elegido.

Caminan rápido, trepan a los árboles y vuelven a bajar.

Luego llueve y lo que queda del insecto se termina de desarmar, las distintas partes fluyen sobre pequeños senderos de agua.

Luego sale el sol.

El semáforo dio luz verde, a lo lejos se distingue un gran insecto cubierto de hormigas.

sábado, mayo 20, 2006

La tarde de la profesora

Los ojos de la mujer buscan.

Me encuentro tomando un café como siempre, miro alrededor.

Detrás de las ventanas hay algunos árboles, estudiantes que vienen y van por un pequeño camino de cemento que se adivina debajo de los pies, un poco más lejos algo de césped y un resto de sol de la tarde que ya termina.

A mi izquierda el pasillo que se forma entre las mesas por momentos se llena de gente, caminan quienes con un café en la mano buscan alguna silla.

En las mesas de fórmica y madera de años hay manos jóvenes que sostienen tazas, hacen gestos o saludan. La luz refleja en las tazas y en los lentes de algunos, las voces llenan el lugar.

En un extremo del bar está ella, despacio se acerca y en cuestión de segundos nos encontramos conversando.

Escucho atento, parece triste, y aunque me sienta manco frente a ella -en estos casos las manos no son necesariamente las extremidades de los brazos – espero alguna palabra certera.

Comienza a hablar de una tristeza que le aqueja.

Traemos a la conversación alguna pérdida, adioses irreversibles y algunos otros eventuales culpables.

Trato de encontrar sentido en las palabras, indicios de lo imperceptible, y de a poco las frases suenan mejor, más asequibles. Y aunque no hable, aunque profundamente sufra por lo que calla, se siente mejor.

Emociones y rutina invaden las palabras, opiniones de minutos, lo que dura el vapor del café.

Las miradas se extravían y ella habla mientras el café en la taza respira.

La gente sigue su peregrinación hacia mesas vecinas, pobladas de tazas, cuadernos y papeles.

Hoy ella dará una clase, enseña en la Universidad. Toma café de a sorbos cortos, mira un horizonte que no hay, no cae lágrima alguna; se recuerda mas joven como si varias décadas hubieran pasado, aún no cuenta treinta años, me mira, le digo algo.

En unas horas estará delante de varios alumnos, quienes en su propios días la recuerdan dando alguna clase anterior, algunos no olvidan la pasión con que la profesora comentó aquel detalle, ese brillo en los ojos.

Trato de describirme un motivo, una forma, pero no la hallo, escucho: sufre y hablando conmigo toma café.

Cuenta que el presente que se eligió le resulta una carga, le ofrezco una analogía que habla de decisiones, conciente de que una representación no siempre nos regala una salida.

Hoy dará clase, un alumno la odiará por no entenderla, otro la amará y sufrirá por no poseerla.

Me saluda y se va caminando despacio, me quedo pensando.

La gente sigue su vida de bar, de libros cansados en mesas viejas, de tazas con café y reflejos cotidianos, de conversaciones nuevas y no tanto, de vida que se renueva constantemente.

Dentro de algunos minutos, delante de alumnos expectantes: la profesora.

domingo, mayo 14, 2006

De andar en círculos

De andar en círculos. Me contaron se trata de eso. De trastabillar cada día con ese lugar harto recorrido, de volver a ver la luz que entra por la ventana un domingo cualquiera, de sentarte frente a la computadora a escribir algo desconocido, esas palabras que dormidas salen a formar parte de algo con destino incierto.

De andar en círculos. Escuchar para encontrar que eso que hoy gusta es lo que mañana se olvida y al recordarse algún acorde de eso olvidado: la nostalgia.

De andar en círculos se trata. Volverán los días fríos, el eterno ciclar, las vueltas alrededor del sol, las vueltas alrededor de eso que no terminamos de entender pero que de alguna manera conocemos: el centro de giro.

Caerán certeras piedras por el camino, volveremos a evitarlas por las mismas vías, aludiendo sorpresa, aludiendo certezas.

Hoy, delante de estas letras, camino sobre el borde del círculo, consciente de estar en ese viaje perpetuo, del eterno retorno de un espiral que vuelve a pasar por el centro, alejándose para luego regresar, y así darnos tiempo para creer que todo es distinto, hasta que pasamos otra vez por el centro: paradoja.

Me contaron se trata de eso. De andar en círculos.