sábado, mayo 20, 2006

La tarde de la profesora

Los ojos de la mujer buscan.

Me encuentro tomando un café como siempre, miro alrededor.

Detrás de las ventanas hay algunos árboles, estudiantes que vienen y van por un pequeño camino de cemento que se adivina debajo de los pies, un poco más lejos algo de césped y un resto de sol de la tarde que ya termina.

A mi izquierda el pasillo que se forma entre las mesas por momentos se llena de gente, caminan quienes con un café en la mano buscan alguna silla.

En las mesas de fórmica y madera de años hay manos jóvenes que sostienen tazas, hacen gestos o saludan. La luz refleja en las tazas y en los lentes de algunos, las voces llenan el lugar.

En un extremo del bar está ella, despacio se acerca y en cuestión de segundos nos encontramos conversando.

Escucho atento, parece triste, y aunque me sienta manco frente a ella -en estos casos las manos no son necesariamente las extremidades de los brazos – espero alguna palabra certera.

Comienza a hablar de una tristeza que le aqueja.

Traemos a la conversación alguna pérdida, adioses irreversibles y algunos otros eventuales culpables.

Trato de encontrar sentido en las palabras, indicios de lo imperceptible, y de a poco las frases suenan mejor, más asequibles. Y aunque no hable, aunque profundamente sufra por lo que calla, se siente mejor.

Emociones y rutina invaden las palabras, opiniones de minutos, lo que dura el vapor del café.

Las miradas se extravían y ella habla mientras el café en la taza respira.

La gente sigue su peregrinación hacia mesas vecinas, pobladas de tazas, cuadernos y papeles.

Hoy ella dará una clase, enseña en la Universidad. Toma café de a sorbos cortos, mira un horizonte que no hay, no cae lágrima alguna; se recuerda mas joven como si varias décadas hubieran pasado, aún no cuenta treinta años, me mira, le digo algo.

En unas horas estará delante de varios alumnos, quienes en su propios días la recuerdan dando alguna clase anterior, algunos no olvidan la pasión con que la profesora comentó aquel detalle, ese brillo en los ojos.

Trato de describirme un motivo, una forma, pero no la hallo, escucho: sufre y hablando conmigo toma café.

Cuenta que el presente que se eligió le resulta una carga, le ofrezco una analogía que habla de decisiones, conciente de que una representación no siempre nos regala una salida.

Hoy dará clase, un alumno la odiará por no entenderla, otro la amará y sufrirá por no poseerla.

Me saluda y se va caminando despacio, me quedo pensando.

La gente sigue su vida de bar, de libros cansados en mesas viejas, de tazas con café y reflejos cotidianos, de conversaciones nuevas y no tanto, de vida que se renueva constantemente.

Dentro de algunos minutos, delante de alumnos expectantes: la profesora.

1 comentario:

Etherware Cloud Initiative dijo...

Profesora? Menos de treinta? Si, me hace acordar a un par de personas. Más a una que a otra. Mucho sacrificio, renunciar a muchas cosas, vale la pena?