viernes, abril 02, 2010

Si un ave se va (Parte I)

No debes llorar.
El coro se escucha como dentro de una lata, como dentro de un cuarto cerrado, y afuera él. Nada es como ayer, ya más nada es igual, ya la tierra te ha olvidado maldito imbécil, se dice a sí mismo.
Mira a lo lejos la iglesia, en una lejanía insondable, solo unos metros lo separan de la gran construcción, de las cruces soberbias y la solemnidad de esos ladrillos que veneran a un dios sin saberlo, que fueron parte de una tierra que no se mueve más, que escucha el lamento y las culpas de los fieles. Pero no de él, que no quiere, que no acepta, que huye a eso que cree tan ajeno, tan ridículo.
Fuma sentado en el cordón de la vereda, mira aquí y allá sin mayor interés, talvez siga los saltos erráticos de algún pájaro pequeño jugando en las ramas de un árbol, y talvez recuerde aquellos viejos pájaros en el parque grande, donde solían jugar juntos. “Estos pájaros son mis amigos”, le dijo una vez mientras un ave pequeña se alimentaba con unas migajas que había tirado al suelo. Ella tenía los ojos mas hermosos que el hubiera conocido y fuera a conocer jamás, claros, ni celestes ni verdes, un intermedio exacto, como los del hijo: “este pajarito es mi mejor amigo” dijo cuando nació y apenas podía mirar a los demás. Pero en la nursery fue fácil reconocerlo, al hijo único de la hermana, esos pequeños ojos ni celestes ni grises, como los de ella, "mi ave preferida".
Los amigos le preguntaban siempre, en broma y en serio, como era que su hermana era tan hermosa y él era tan lejano a esa belleza. No sabía otra que cosa que adjudicarle eso a la aleatoriedad de la naturaleza, al balance entre lo bello y lo feo, que a él le había tocado lo segundo.
Estaré siempre contigo.
Sofía no era creyente, al menos no demostraba un dogmatismo de relevancia, creía en un dios muy particular, gustaba de las cosas que los demás consideraban simples: “sino las aves no tendrían sentido de ser, el equilibrio entre ellas y lo demás tiene alguna razón mas allá de nosotros, mira, son tan hermosas”. Y él recordaba esa tarde como el único día de aquel verano, en que Sofía conoció al que años después seria el marido y padre de su hijo: el “pequeño pájaro de ojos claros”, según la nominación arbitraria de él, el tío mas feliz del universo.
Sofia había crecido, se hizo tan hermosa como nadie pudo haberlo previsto, le ofrecieron las actividades mas diversas asociadas a la belleza que ostentaba, y desechó a todas y cada una de las propuestas: quizo pintar.
Y eso hizo, cada día mas hermosa, cada cuadro mas perfecto, mientras él juntaba canas y una vida dedicada a la empresa familiar de antigüedades.
La vida es una mierda, piensa él con el cigarrillo a punto de agotarse, con un sol que indica que la noche está mas cerca, y que el funeral está por terminar. Se contiene de llorar, apoya los dedos indice en el comienzo de su nariz, cierra los ojos y frunce el ceño.
Juan -que hoy tiene diez años- se le acerca y le dice algo. El lo mira con los ojos rojizos y húmedos de lágrimas, “Tu madre era el ave mas hermosa, ¿sabías?”.
Mamá siempre me dijo que si algo le pasara podría contar con “el pájaro mas bueno que existe”, dijo el hijo Sofía. Yo pensé que me hablaba de algún cuento, pero en el hospital me dijo que ese pájaro eras tú, finalizó.
Se miraron, se fundieron en un abrazo y él lloró.
Mi pájaro protector, siempre estarás conmigo.