sábado, marzo 17, 2007

Romper

La mujer se acerca y pide permiso para hablar, no puede, no puede, gritan detrás, ¡no!, no debe.

El mas bajo de ellos le pregunta su nombre, la mira desde abajo, espera la respuesta y los demás dicen ¡no!, no puede.

Torso pequeño, los brazos desnudos y rasgados por lo que pudo haber sido un piso áspero, el rostro lastimado, lo mira a los ojos desde una altura mayor, se acerca un poco más al pequeño hombre. No la escucho, dice él.

Intenta lentamente, el principio de una palabra parece dibujarse, como una ola aún sin forma, el labio superior se eleva suavemente, el inferior tiembla involuntariamente, dos delgados senderos de lágrimas culminan en gotas que caen despacio cerca del mentón a ambos lados del rostro, se escucha un sonido leve, como de alguien pidiendo silencio, aunque en este lugar no haría falta. Todos miran expectantes, atentos a lo que pueda hacer con las palabras, pues ha habido otros tiempos, ¡No puede! dice otra voz un poco mas lejana que las anteriores.

La mujer se yergue sobre sus pies, mira a los demás y deja que el cuerpo ignore al hombrecito bajo que tiene delante. Da un paso al límite de embestir al pequeño traje negro, al rostro que atónito mira hacia arriba, el mismo que le pregunta que pretende, qué cree estar haciendo.

La mujer tose, se toca la garganta - las lágrimas ya no caen del rostro – y mueve el cuello de izquierda a derecha, mira a los ojos uno por uno a quienes impactan en el campo visual y a la vez la miran con indignación, con tristeza, con asco, con atención clínica.

Ustedes son – hizo una pausa como si juntara fuerzas - ¿Ustedes son, ustedes?, les pregunta con una voz áspera y algo entrecortada por la respiración, la miran y algunos ríen, otros se rascan la cabeza, algunos salieron corriendo y a lo lejos se escuchan gritos que se escurren por la sala como un débil eco.

El hombre pequeño se afloja la camisa a la altura de la cintura y saca un arma que traía oculta sujetada entre el cinturón y la cintura, la empuña con la mano derecha, Usted no es nadie le dice a la mujer.

El hombre pequeño disparó, yace tendido en el suelo, la sangre se dispersa por debajo del cráneo, la mujer se corre unos pasos para atrás y los demás van gradualmente abandonando la sala.

¡No, no puede!, dice uno mientras desaparece por la puerta.

Afuera la calle estaba llena de mentiras.

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